martes, 14 de marzo de 2017

En verdad, el perro no mató al gato

Fuente de la imagen: pixabay
Después de un infortunado malentendido, que felizmente fue resuelto sin consecuencias dignas de destacar, ante la preocupación de Paco, le puse la mano en el hombro y le pregunté si sabía eso de la “escalera de inferencias”, que no hace mucho me explicó Juan Miguel en una sesión sobre Dirección de Reuniones (ver "Programación y objetivación de reuniones"[1]). A lo que el afectado amigo me respondió con la propuesta de contarme una historia, que accedí gustoso, mientras apuraba el placentero contenido de una taza de té. Voy a intentar transcribirte la fábula. Cuentan que dos primos querían dos animalitos de compañía: uno un gato y otro un perro. Después de mucho argumentar y percibiendo los respectivos progenitores su real compromiso con el cuidado y la atención a las dos futuras mascotas, accedieron a incorporarles un lindo cachorro gatito y un primoroso cachorro perrito. Los dos seres crecieron en armonía y felicidad junto a los dos niños, de forma que el perrito se convirtió en un perrazo de colosales dimensiones y el gatito en un gato de reducidas dimensiones. Un día, el niño del gato, junto a sus padres, marchó de viaje, con el objetivo de pasar un fin de semana en casa de sus abuelos, que habitaban en un coqueto pueblo de la Serranía de Ronda. El sábado, apareció el canis lupus familiaris en casa de su amo con el felis silvestris catus, sucio y sin vida, entre sus fauces. El impacto en la familia del otro primo fue tremendo, enojándose sobremanera con la acción del perrazo. 
Fuente de la imagen: mvc elaboración propia
Pensando en el chock que la situación le produciría al dueño del gato, decidieron lavar cuidadosamente el cuerpo del difunto minino y colocarlo en su canasta, de forma que el posterior encuentro del niño con su gato, así como la "emocional despedida" fuera lo menos traumática posible. Cuando volvió la familia del "niño felino", se escuchó una gran algarabía. Preocupados, la familia del "niño perruno" fue al encuentro. Resulta que, antes de irse de viaje, el gatito había muerto y fue enterrado en el jardín. A la vuelta lo habían encontrado inmaculado en su cesta, aunque igual de fallecido. La familia del niño perruno abrazó al perro pachón: el pobre can no había matado al gato, pero fue acusado de "asesino": sólo lo había desenterrado. ¡Ah las inferencias! ¡Ah, el inadecuado o parcial análisis de las presunciones e indicios que apuntaba el magister libellorum Ulpiano! Describe B. Ariza, en “La escalera de inferencia[2], el modelo concebido por Chris Argyris, que es considerado por Ariza como clave para las relaciones personales y apuntando que “la comunicación tiene muchas barreras posibles, pero hay una de ellas que es especialmente delicada y hasta peligrosa: porque nos hace creer que hemos comunicado sin que realmente sea así”. Me recuerda la escalera de inferencias a algunas de las ideas que Peter Senge desgrana en su libro “La Quinta Disciplina”[3], que te referencié en el texto del mismo nombre (si quieres acceder, clickea AQUÍ[4])[5] (Fuente de la imagen del encabezado: elaboración propia. Fuente de la imagen del perro y del gato: pixabay).
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[1] Velasco Carretero, Manuel. Programación y objetivación de reuniones. 2017. Sitio visitado el 14/03/2017.
[2] Ariza, Beatriz. La escalera de inferencia. filocoaching.com. Sitio visitado el 14/03/2017.
[3] Peter Senge. The Fifth Discipline. Ediciones Currency. 1994
[4] Velasco Carretero, Manuel. La quinta disciplina. 2014. Sitio visitado el 14/03/2017.
[5] A continuación, te dejo un vídeo, subido a Youtube por magoclipo, con algunas escenas de cómicos malentendidos o inferencias.